GÉNERO,
VIOLENCIA, EXPLOTACIÓN Y PROSTITUCIÓN
por Jorge
Buompadre [1]
Sumario: I. Planteamiento del tema. II. Breve
repaso histórico-legislativo de la trata en Argentina. III. Puntos de conflicto
y falencias en la reforma de la Ley 26.842. 3.1. Una nueva modalidad de trata.
Los medios comisivos. 3.2. La problemática del consentimiento y el bien
jurídico protegido. ¿Dignidad o libertad sexual?. 3.3. Género, violencia,
explotación y aprovechamiento: posibles interpretaciones. IV. La explotación de
la prostitución ajena. 4.1. Proxenetismo. 4.2. Rufianismo.
I.
Planteamiento del tema
En poco más de dos años a esta parte, se
sancionaron en Argentina varias leyes que implicaron profundas reformas al
Código penal en su parte especial, entre ellas, la Ley Nº 26.791, por medio de
la cual se introdujo sustanciales modificaciones entre los homicidios agravados
previstos en el art. 80, incluyéndose por primera vez en el digesto punitivo,
entre otras figuras, el delito de femicidio; la Ley Nº 26.842, que incorporó,
no sólo una nueva modalidad de delito de trata de personas, sino que produjo
reformas de gran calado en los delitos relacionados con la prostitución; y, por
último, la Ley Nº 26.847, que introdujo el art. 148 bis, por el que se pena la
explotación del trabajo infantil.
Con la sanción de la Ley Nº 26.842 [2] de
Prevención y Sanción de la Trata de Personas y Asistencia a sus Víctimas, se
concretó una nueva reforma legislativa relativa al fenómeno de la trata de
personas en Argentina. Sus alcances no
se limitaron solamente a introducir cambios específicos en el delito de trata
de personas, sino que la reforma alcanzó también a diversas manifestaciones de
la delincuencia sexual, en particular, respecto de los delitos de rufianería y
proxenetismo, que ya habían sido objeto de algunos cambios a través de la ley
Nº 26.364 [3] de 2008.
Si algún antecedente debemos mencionar para
ubicarnos en los motivos que tuvo el legislador para sancionar la ley citada en
último término, creemos que el principal referente (tal vez el único) fue, en
aquel momento, el “caso Marita Verón”[4], cuya desaparición despertó
repentinamente la atención de la sociedad en esta modalidad criminal. Para esa
época, Argentina ya había suscripto la Convención Internacional contra la
Delincuencia Organizada Transnacional[5] y sus protocolos complementarios, en
particular, el Protocolo para Prevenir, Reprimir y Sancionar la Trata de
Personas, especialmente Mujeres y Niños, conocido como “Protocolo de Palermo”.
Vale decir que, después de más de seis años de ocurrido el secuestro de Marita
y de casi ocho años de firmado aquel acuerdo internacional, Argentina sancionó
la Ley 26.364 en sintonía con las directrices de la normativa internacional,
con el objetivo, según se puede leer en su art.1º, de “implementar medidas
destinadas a prevenir y sancionar la trata de personas, asistir y proteger a
sus víctimas”.
Pasaron otros cuatro años desde la
sanción de esta ley, y tuvo que suceder un episodio judicial para generar una
nueva reforma penal en materia de trata de personas: nuevamente el “caso Marita
Verón” fue el motivo disparador. El 11 de diciembre de 2012, la Sala 2da. de la
Cámara Penal de Tucumán dictó sentencia absolutoria a favor de los 13 imputados
por el secuestro de Marita, fallo que provocó, como es de suponer, un generalizado
repudio social, cuya repercusión fue potenciada a través de los medios de
comunicación. A los pocos días y sin pérdida de tiempo, el 26/12/2012 se
promulgó la Ley 26.842, por medio de la cual se introdujo una serie de reformas
a la Ley 26.364, modificándose en forma sustancial el delito de trata de
personas y otras figuras vecinas relacionadas con la prostitución, tal como se
podrá apreciar más adelante cuando abordemos estas cuestiones en particular.
En la presente contribución, pretendemos
deslizar algunas observaciones –desde una visión crítica-dogmática- de estas
reformas y de su incidencia “real” en la lucha contra la trata de personas. Con
otros términos, el análisis crítico de los novedosos tipos penales
involucrados, nos permitirá descubrir si la nueva normativa, más que nueva, no
es otra cosa que más derecho penal simbólico, más espejitos de colores que
soluciones prácticas y reales en el combate contra el tráfico ilegal de
personas con fines de explotación en la Argentina.
Antes de ello, sin embargo, creemos
conveniente hacer una breve exploración histórico-legislativa sobre los
vaivenes y marchas y contramarchas que ha tenido el delito de trata de personas
en Argentina –así como de diversas figuras relacionadas con la prostitución- desde
su incorporación al digesto punitivo en el año 1968.
II.
Breve repaso histórico-legislativo de la
trata en Argentina
Según nos relatan algunas investigaciones
históricas, antes de que la Argentina se convierta en un Estado Federal, ya
existían en todo el territorio del Río de la Plata organizaciones de proxenetas
dedicadas a la trata de blancas y al negocio de la prostitución. Basta con
recordar la tristemente célebre Sociedad Israelita de Socorros Mutuos
“Varsovia”, conocida posteriormente como “Zwi Migdal”, organización criminal
que llegó a administrar más de 2000 prostíbulos a lo largo y ancho del
territorio nacional [6]. Para esa época, regía en todo el país el sistema
reglamentario de la prostitución, que implicaba su legalización como cualquier
otra actividad sometida al contralor del Estado, todo lo cual nos permite
avizorar que el fenómeno del tráfico y explotación de seres humanos no es nuevo
en Argentina, ni mucho menos, es más antiguo de lo que creemos. Repárese en que
la expresión “trata de blancas” ya fue utilizada en la Conferencia de París de
1902 con el fin de diferenciarla del comercio de esclavos negros de gran
desarrollo en la Europa del siglo XIX [7].
El 17 de diciembre de 1936, se sancionó la
Ley 12.331 [8], conocida como “Ley de profilaxis”-actualmente en vigencia-, por
medio de la cual se prohibió en todo el territorio nacional el establecimiento
de casas o locales en donde se ejerza la prostitución o se incite a ella
(art.15), castigándose con pena de multa el sostenimiento, administración o
regenteo de casas de tolerancia (art. 17). Esta ley significó un cambio de
modelo en la regulación del ejercicio de la prostitución, pues se pasó del
sistema reglamentarista entonces en vigor a un régimen abolicionista, modelo
que, si bien no prohíbe el ejercicio de la prostitución, la tolera (no la
regula) marginándola de la ley penal pero aboliendo o penalizando su
explotación por terceros.
Muchos años deberían pasar para que la
trata de personas se incluya por primera vez en el elenco de delitos del código
penal, acontecimiento que se produce –como antes se dijo- en el año 1968
mediante la ley 17.567, cuyo art. 127 bis contempló, con limitados alcances,
penando con reclusión o prisión de tres a seis años, la promoción o
facilitación de la entrada o salida del país de una mujer o de un menor de
edad, para que ejerzan la prostitución, texto que –luego de una breve
restauración del orden constitucional- se reeditó con la Ley 21.338 de 1976,
siendo mantenido posteriormente, ya recuperado el sistema democrático, por la
Ley 23.077 de 1984.
En 1999, una nueva reforma modificó el
escenario de los delitos sexuales. La ley 25.087, introdujo cambios
significativos en el Título III del Cód. penal, especialmente entre los delitos
relacionados con la prostitución. Con respecto a la trata de personas, con un
texto no muy satisfactorio, se limitó a penalizar la trata internacional de
mayores y menores de edad, con fines de prostitución. La Argentina emergía como
un país orientado a lucha contra la trata de personas, pero muy lejos de las
exigencias normativas internacionales.
Hasta que en el año 2008, se sancionó la
Ley 26.364 de Prevención y Sanción de la Trata de Personas y Asistencia a sus
Víctimas, por medio de la cual se derogó las disposiciones de la Ley 25.087,
adaptándose la normativa a los requerimientos del Protocolo de Palermo. Cuatro
años después, el 27 de diciembre de 2012, Argentina vuelve sobre sus pasos y
sanciona la Ley 26.842, por medio de la cual se produce una reforma integral de
la Ley 26.364, incorporándose un nuevo modelo de regulación del delito de trata
de personas y nuevas figuras vinculadas a la prostitución, cuyas
características más relevantes serán analizadas a continuación.
III. Puntos de conflicto y falencias en
la Ley 26.842
Una simple comparación entre la ley
26.842 y la derogada Ley 26.364, permite inferir la existencia de diferencias
esenciales entre ellas con respecto al delito de trata de personas. Escasos
puntos de contacto y muchas diferencias.
Pero, a nuestro entender, existen
ciertos aspectos en la nueva normativa que, por su interés e importancia,
merecen un tratamiento más específico y detenido: nos referimos a la nueva
modalidad de trata introducida ex novo por la ley, en estrecha vinculación con
los medios comisivos que actúan como manifestación agravatoria de la conducta;
la armonización e interpretación de los conceptos “violencia” y “explotación”
empleados en la ley, así como de otros términos previstos en otras recientes
leyes de reforma, por ej. las expresiones “género” y “aprovechamiento” de las
leyes 26.791 y 26.847 que, a nuestro ver, necesitan de una adecuada
interpretación; la problemática del consentimiento y su relación con el bien
jurídico tutelado; y, finalmente, las modificaciones operadas en los delitos
relacionados con la prostitución.
Por razones de espacio, no se hará un
estudio dogmático de las distintas formas de explotación previstas en la nueva
ley, ya que se excederían los límites aconsejables de la presente comunicación,
sino que nuestro trabajo se habrá de circunscribir a la problemática planteada
por la nueva modalidad de “trata con fines de explotación sexual”.
III.1. Una nueva modalidad de trata. Los medios
comisivos.
La ley 26.364, siguiendo los pasos del
Protocolo de Palermo, entendía por “trata” a la
“captación, transporte y/o traslado –ya sea dentro del país, desde o
hacia el exterior-, la acogida o la recepción de personas mayores de dieciocho años de edad, con fines de
explotación, cuando mediare engaño, fraude, violencia, amenaza o cualquier
medio de intimidación o coerción, abuso de autoridad o de una situación de
vulnerabilidad, concesión o recepción de pagos o beneficios para obtener el
consentimiento de una persona que tenga autoridad sobre la víctima, aun cuando
existiere asentimiento de ésta”. La fórmula –como se puede percibir claramente-
regulaba una modalidad de trata de mayores de edad, toda vez que, la trata de
menores de dieciocho años, no obstante mantenerse en el ámbito de una misma
definición que la de mayores de esa edad, fue ubicada en otra disposición
pudiendo cometerse, además, bajo la modalidad de “ofrecimiento” de la
mercancía, dejándose a salvo en forma expresa que el consentimiento del menor,
en estos supuestos, carecía de todo valor desincriminatorio.
La reforma de la Ley 26.842, implicó un
cambio de gran calado. No sólo se decantó por un nuevo concepto de trata, sino
que distorsionó el sistema de regulación anterior (alejándose de las
directrices internacionales en la materia), generando áreas de conflicto de
insospechables consecuencias futuras. Veamos.
Según el nuevo art.145 bis, se entiende
por trata “el ofrecimiento, la captación, el traslado, la recepción o acogida
de personas con fines de explotación, ya sea dentro del territorio nacional,
como desde o hacia otros países, aunque mediare el consentimiento de la víctima”.
En el art. 145 ter se regulan, a su vez, las circunstancias agravantes, entre
las que destaca la motivada por razones de minoridad, con el siguiente texto:
“Cuando la víctima fuere menor de dieciocho (18) años, la pena será de diez
(10) a quince (15) años de prisión”.
Vale decir que, como se puede apreciar
claramente, el tipo básico del art. 145
bis incorporado por la Ley 26.842 prevé una nueva modalidad de delito de trata
de personas, la “trata voluntaria de mayores de edad” (de 18 años), extraña no
sólo a nuestros precedentes legislativos, sino también a los antecedentes internacionales en la
materia. Como se podrá suponer, esta nueva clase de trata introducida por la
Ley 26.842, necesita de una correcta interpretación pues, una primera mirada
del nuevo precepto legal permite avizorar una notoria contradicción: mientras
por un lado excluye de la figura básica los medios fraudulentos, violentos o
abusivos (que caracterizaban, precisamente, a la figura derogada -e identifican
al concepto internacional de trata- y, en el tipo legal en vigencia, son
circunstancias de agravación), por otro lado establece la inoperatividad del
consentimiento de la persona interesada.
Frente a este nuevo escenario, entonces,
debemos preguntarnos ¿es posible concebir una modalidad de trata “con el
consentimiento del interesado o titular del bien jurídico protegido”?[9]. De
acuerdo a la normativa internacional (Protocolo de Palermo), que la Argentina
ratificó, la trata de personas sólo es posible en un marco situacional en el
que predominan los medios fraudulentos, violentos o abusivos; vale decir, que
estos medios comisivos son inherentes, consustanciales, al concepto de trata,
de manera que el consentimiento sólo podría perder toda eficacia
desincriminante cuando concurrieren, precisamente, tales medios comisivos. Con
otros términos, no resulta posible concebir una situación de trata “con el
acuerdo del titular del bien jurídico protegido”. Por lo tanto, si media el consentimiento de
la persona interesada, quiere decir que no existió, en la trama del
convenio, ningún medio, elemento o
factor con las características señaladas que haya puesto en peligro o afectado
la capacidad de acción y de decisión de la persona interesada.
El empleo de medios fraudulentos,
violentos o abusivos, son de la esencia del fenómeno. Toda situación de trata
presupone una situación de dominio y sometimiento de una persona, esto es, la
anulación o disminución de su voluntad, de su capacidad de discernimiento y
autodeterminación libremente manifestada, circunstancias que ponen de
manifiesto la ilegalidad de las conductas de trata y, por supuesto, la
justificación de la intervención penal. La trata sólo puede ser ilegal en la
medida de que se la lleve a cabo mediante la concurrencia de ciertos y determinados
medios que producen aquellos resultados, esto es, la anulación de la capacidad
de autodeterminación de la persona para expresarse libremente en los actos de
su vida. No es posible una situación de “trata voluntaria”, que es,
precisamente, la situación que regula el nuevo texto del art. 145 bis del Cód. penal.
Esta conclusión, a nuestro modo de ver,
resulta incuestionable, por cuanto, si concurrieren –en la situación de
tráfico- los medios abusivos, violentos o fraudulentos, el hecho se desplazaría
al tipo agravado previsto en el inc. 1º del art. 145 ter, cuyo texto incrementa
la pena del tipo básico hasta 10 años de prisión cuando “mediare engaño,
fraude, violencia, amenaza o cualquier otro medio de intimidación o coerción,
abuso de autoridad o de una situación de vulnerabilidad, o concesión o
recepción de pagos o beneficios para obtener el consentimiento de una persona
que tenga autoridad sobre la víctima”. Todo lo cual permite inferir que, la
figura del artículo 145 bis, a diferencia de la regulación del texto derogado
de la Ley 26.364, describe una nueva forma de la criminalización de la “trata
(¿o tráfico?) voluntaria de mayor de edad”, circunstancia que, a simple vista,
carece de relevancia para justificar la intervención del derecho penal .
Repárese en que, desde las instancias
internacionales (Protocolo de Palermo de 2000 y Decisión Marco del Consejo de
la Unión Europea de 2002, por ej.), se pone de manifiesto que la trata que
constituye una grave violación de los derechos fundamentales de la persona y la
dignidad humana es la que implica prácticas crueles, como el abuso y el engaño
de personas vulnerables, así como el uso de violencia, amenaza, servidumbre por
deudas y coacción [10], circunstancia que permite rechazar la idea de una modalidad de
trata de personas “voluntaria”, habida cuenta de su falta de lesividad a los
bienes personalísimos protegidos y que pudieran verse comprometidos en su
práctica (libertad sexual, integridad moral dignidad personal, etc.), de manera
que pudiera, asimismo, justificarse –como se tiene dicho- las graves penas que
están previstas para el tipo penal en cuestión [11].
Si los medios violentos, fraudulentos o
abusivos son esenciales al concepto de trata y, al mismo tiempo, también son
elementos esenciales del tipo agravado, entonces se estaría violentando el principio “nos bis in
ídem”, que impide que un mismo elemento sea valorado doblemente, como elemento
necesario del tipo básico y, al mismo tiempo, del tipo agravado [12].
El delito de trata de personas, entonces
-como se puede apreciar-, sólo es posible en la medida que la conducta vaya
acompañada del empleo de medios violentos, fraudulentos o abusivos, que actúen
contra la voluntad de la persona titular del bien jurídico protegido y afecten
su capacidad de autodeterminación o autonomía personal. De lo contrario, la
conducta debe quedar extramuros de la intervención punitiva.
III.2. La problemática del consentimiento y el
bien jurídico protegido. ¿Libertad sexual o dignidad personal?.
Durante la vigencia de la Ley 25.087/99,
el delito de trata de personas se encontraba ubicado en el Título III –Delitos
contra la integridad sexual- del Cód. Penal, por lo que sostuvimos, entonces,
que el bien jurídico afectado era la libertad sexual de la persona, a la que
entendíamos como el “derecho de toda persona a su autorrealización o
autodeterminación en el ámbito de su sexualidad” [13]. Tras la reforma de la
Ley 26.364/08, el precepto se situó fuera de los delitos sexuales para ubicarse
sistemáticamente en el Título V –Delitos contra la libertad- del Cód. penal,
modificación que no significó un cambio sustancial en torno al bien jurídico
protegido, por cuanto el delito continuaba ubicado, en definitiva, bajo una
misma rúbrica, en tanto se entienda –como lo hacemos nosotros- que la “libertad
sexual” no es más que un segmento, una parcela, de la libertad personal como
bien jurídico general [14]. Por lo tanto, la trata de personas continuaba siendo
un delito “contra la libertad personal o individual”.
Esa fue la voluntad del legislador de
2008, esto es, no dejar fuera del ámbito de los delitos contra la libertad a la
trata de personas. Si la idea o la finalidad del legislador hubiera sido otra
distinta, entonces no tenía más que dos opciones posibles: ubicar la figura en
otro Título distinto que en el que se encontraba o crear un Título nuevo, por
ej. Delitos contra la integridad moral o contra la dignidad personal, o como lo
hizo el legislador español con la LO 5/2010 al incluir al código penal el
Título VII bis –De la trata de seres humanos-. Nada de esto se hizo, por lo que
hubo que seguir pensando que la trata de personas continuaba siend un delito de
peligro contra la libertad individual.
La nueva reforma de la Ley 26.842 no significó
tampoco ningún cambio significativo en este sentido. La nueva figura de trata
de personas creada por la ley 26.842 (art. 145 bis) continuó en el mismo Título
V del Cód. penal, al igual que en la normativa derogada. Por lo tanto, no queda
otro camino que seguir sosteniendo la idea de que la voluntad del legislador ha
sido la misma que le vez anterior, pues, pudiendo acudir a las opciones antes
mencionadas, no lo hizo, entonces, no cabe más que concluir en que la voluntad
legislativa ha sido no erradicar la trata de personas de entre aquellos delitos
que afectan o ponen en peligro la libertad individual de los seres humanos.
Siendo que la libertad es un bien jurídico
de carácter individual, disponible por su titular, no existe ningún obstáculo
que impida sostener que el consentimiento del sujeto pasivo posee plena
relevancia desincriminatoria. Pensemos en el tráfico de personas con fines de
explotación sexual, en el que el sujeto pasivo presta su consentimiento para su
traslado al extranjero en donde ejercerá la prostitución, situación que queda
enmarcada en el nuevo art. 145 bis cuyo último párrafo posibilita la comisión
del delito “aunque mediare el consentimiento de la víctima”. En esta hipótesis
no podría afirmarse que la conducta del traficante pone en peligro la libertad
sexual del sujeto pasivo, porque se trata, precisamente, de un bien jurídico
disponible por su titular. Tampoco estaría afectada su “dignidad” como persona
humana, pues –como dice De León Villalba- el atentado contra ésta se produce
“cuando la persona ve negada su plena capacidad de decidir, cuando la pérdida
de la dignidad hace que pierda sus condiciones de ser libre, de forma que no
quepa atribuir la conducta como propia…en definitiva, el respeto a la dignidad
de toda persona impediría que sea tratada como un objeto o instrumento por
parte del Estado o por los demás, convirtiéndose en mera entidad sustituible”
[15].
Por otra parte, si bien es cierto que en
muchos casos la realidad nos muestra situaciones de verdadero desvalor de la
persona humana, en las que se les niega el más mínimo tratamiento que merecen
las víctimas por su sola condición de persona (por ej. casos de secuestros,
violaciones sexuales, imposición de condiciones serviles, etc.), produciéndose
una salvaje afectación a la dignidad humana, no lo es menos que no se percibe
en el art. 145 bis la presencia de ningún elemento que permita inferir una
lesión o un peligro para la dignidad personal, toda vez que los medios
comisivos que podrían tener entidad para apoyar fundadamente una tesis según la
cual el bien jurídico protegido en el tipo básico de trata de personas es la
dignidad humana, han sido recogidos en el subtipo agravado previsto en el
inc.1º del art. 145 ter, cuyo texto aumenta la penalidad en una escala de 5 a
10 años de prisión, cuando mediare engaño, fraude, violencia, amenaza o
cualquier otro medio de intimidación o coerción, abuso de autoridad o de una
situación de vulnerabilidad, o concesión o recepción de pagos o beneficios para
obtener el consentimiento de una persona que tenga autoridad sobre la víctima.
En el marco de estos lineamientos, creemos
que una interpretación restrictiva del tipo básico previsto en el art. 145 bis,
sumada a la variable del bien jurídico protegido, impone exigir, como mínimo
-cuando el traslado, el ofrecimiento, la captación, la recepción o el
acogimiento del titular del interés protegido, se concreta con su
consentimiento-, la puesta en peligro de
ese tal bien jurídico, que no es otro, según nuestro ver, que la libertad de la
persona humana. De otro modo, no estaríamos más que en una modalidad de
realización, colaboración, promoción, etc., de tráfico migratorio ilegal (art.
116, Ley 25.871).
Insistimos,
en los casos de trata involuntaria, ninguna de las acciones típicas
podría concretarse sin el auxilio de alguno de los medios específicos previstos
como fundantes del subtipo agravado en el art. 145 ter. No resulta lógicamente
posible un supuesto de trata forzada, violenta o abusiva “con el consentimiento
del sujeto pasivo”. Ni tampoco un caso de “trata voluntaria”, de mayores de
edad, con el empleo de tales medios. Da toda la sensación de que el legislador,
al redactar el precepto penal en cuestión, o no dijo todo lo que tenía pensado
decir, o dijo más de lo que debió haber dicho.
Como venimos exponiendo, en el art. 145 bis
no se percibe en modo alguno una pista que nos conduzca hacia un desvalor de
acción exigible relacionado con la afectación de la libertad o de la dignidad
del titular del bien jurídico protegido, salvo que se piense que el indicio de
ese tal desvalor se encuentra en los “fines de explotación” del traficante, con
lo cual estaríamos introduciendo una presunción (de peligrosidad ex ante para
un bien jurídico difuso, como lo es, ciertamente, la dignidad humana,
predicable –por otra parte- de innumerables figuras delictivas) de que todo
tráfico de personas con fines de explotación (sexual) es trata, por cuando
dicha conducta pone en peligro ciertos derechos del sujeto pasivo, aun cuando,
en el caso concreto, no suceda tal cosa.
Sostener que la dignidad humana es el bien
jurídico protegido en los supuestos de trata voluntaria de mayores de edad, no
es otra cosa que un artilugio discursivo para evitar una interpretación
restrictiva del tipo legal que convalide los principios directrices de un
derecho penal pluralista y democrático, como son, ciertamente, los principios
de mínima intervención y de proporcionalidad, con el consiguiente peligro de
que una exagerada protección del bien jurídico produzca una confusión con
criterios de moralidad y,
consecuentemente, una regresión a la protección de la moral sexual colectiva
[16]. Si el régimen al que se somete voluntariamente la persona es de
prostitución y la persona es mayor de edad, entonces resulta muy difícil que
–precisamente por la voluntariedad de la prestación- se vean afectadas su
dignidad o su libertad sexual [17].
Entendemos que solamente podría argumentarse
de que, en estos casos, no resulta únicamente afectada (o puesta en peligro) la
libertad sexual del sujeto pasivo sino también su dignidad como ser humano, si
en la situación de tráfico la conducta va acompañada del empleo de medios
violentos, engañosos o abusivos, mecanismo a través del cual se estaría
convirtiendo al delito de trata de personas en un delito pluriofensivo, cuya
comisión vulneraría una pluralidad de bienes jurídicos, lográndose, de esa
manera, dotar de mayor legitimidad a la intervención penal [18]. Pero, entre
nosotros, que según vimos, la trata de personas es un delito contra la libertad
personal –que es el bien jurídico preponderante-, tal interpretación no sería
posible, por la simple razón de que los medios comisivos que anulan o
restringen la voluntad de la víctima están previstos para la modalidad
agravada, no para la figura básica del art. 145 bis, que regula –como antes se
dijo- un raro delito de trata voluntaria de mayores de edad, circunstancia que
excluye toda posibilidad de explotación y, por ende, del propio tipo delictivo.
Ciertamente que la dignidad humana podría
estar en juego, podría verse afectada, en las conductas de tráfico, como
también podría suceder lo mismo con otras tantas conductas delictivas, (si no,
repárese en la violación sexual, en el secuestro extorsivo, en la sustracción
de menores o venta de niños, en los casos de violencia de género, inclusive se
podría pensar algo similar en los delitos migratorios, etc.) que revelan
situaciones en las que la persona es considerada una cosa o una mercancía y,
sin embargo, a nadie se le ocurriría sostener la idea de que se trata de
delitos pluriofensivos. La dignidad humana sólo podría verse perturbada cuando
el autor haga uso de medios engañosos, violentos o abusivos, que anulan o
degradan la voluntad de la persona convirtiéndola en un mero instrumento del
sujeto activo, para lograr la
explotación de la víctima, por sí mismo o por terceros. Pero, no se advierte
lesión alguna de la dignidad humana en aquellos comportamientos en los que la
involucración de la persona adulta en una acción de contenido sexual sea la
consecuencia de la expresión de su libre voluntad [19].
Al respecto, la doctrina tiene dicho que
en la situaciones de tráfico, la cuestión no reside en si existe o no el
propósito de explotación sexual -hay que superar el ámbito de los propósitos-,
sino que el dato relevante es que al contar con el consentimiento y no
concurrir ningún medio específico que
limite su libre autodeterminación, falta el mayor contenido o lesividad del
injusto para el bien jurídico, es decir, el peligro concreto para la libertad
sexual que expresa el elemento esencial del tipo agravado: explotación sexual
[20]
Distinto sería el razonamiento y, por
supuesto las conclusiones, si, como antes dijimos, el legislador hubiera creado
un nuevo Título y un nuevo nomen juris, por ej. “Delitos contra la dignidad del
ser humano”, así como hizo con otros valores e intereses colectivos (por ej. el
Título XIII, Delitos contra el orden económico y financiero), de manera que
permita calificar a la trata de personas como un delito contra la dignidad
personal o contra los derechos fundamentales de la persona humana.
No obstante, aun así sería difícilmente
aprehensible un bien jurídico tan vago y difuso como la dignidad personal,
puesto que el sujeto pasivo, al prestar su consentimiento para su explotación
sexual, impediría sostener la tesis de que todo tráfico ilegal supone
considerar a la persona como cosa, como una mercancía o como un objeto negocial
o mercantilizado.
Si la conducta típica –como surge de art.
145 bis- se puede realizar “con el consentimiento de la víctima”, mayor de
edad– ya que los medios engañosos, violentos o abusivos, insistimos, fueron
desplazados al tipo agravado, y la condición de menor de edad configura un subtipo
agravado-, entonces parece difícil sostener la idea de que en estas clases de
conductas el sujeto pasivo quede reducido a la condición de cosa o quede
afectada su libertad individual, o, en el caso concreto que más atrás pusimos
de ejemplo, su libertad sexual.
Como sostiene Muños Sánchez, es un concepto
muy extendido en la doctrina de que la
idea de dignidad humana no es un bien jurídico específico y diferenciado, sino
que constituye una síntesis de la totalidad de dimensiones físicas y
espirituales específicas de la persona humana, que inspira y fundamenta todos
los derechos fundamentales. Así, sigue diciendo este autor, un atentado a la
dignidad humana sólo es posible a través de la agresión a alguno de los
derechos fundamentales en que aquella se manifiesta, sin que haya espacio para
para una lesión a la dignidad que no conlleve algún atentado a otro bien
jurídico [21]. En una misma dirección, Gracia Martin expresa que “la dignidad
humana no es ningún bien jurídico…”, “la dignidad humana es un atributo
totalizador, una síntesis de la totalidad de dimensiones físicas y espirituales
específicas de la persona humana…”, “todo bien jurídico de carácter
personalísimo: vida, integridad física, salud personal, libertad, honor, etc.,
es reconducible finalmente a la dignidad de la persona…” pero la dignidad de la
persona no puede ser un bien jurídico “del que pueda deducirse el contenido de
injusto específico de un determinado comportamiento punible”[22].
Respecto del art. 318 bis del Cód. penal
español, introducido al Título XV bis –Delitos contra los derechos de los
ciudadanos extranjeros- por la LO 4/2000, cuya fórmula prevé delitos
relacionados con el tráfico ilegal y la inmigración clandestina de personas,
sobre el que la doctrina ha discutido intensamente la problemática del bien
jurídico, se tiene dicho que la tesis de la dignidad como bien jurídico
protegido sólo sería asumible en la medida que todo tráfico ilegal o
inmigración clandestina conllevara la reducción de la persona a la categoría de
cosas y su comercialización…ninguno de los elementos que configuran la
definición del tipo básico presupone abuso o cosificación, ni ninguna implica
necesariamente, por tanto, peligro para
la dignidad. Entender que toda migración ilegal conlleva la degradación del
inmigrante, supone desconocer las múltiples modalidades en que una persona
puede ejecutar su proyecto migratorio. Inmigrar no es sinónimo de trata de
blancas, ni de jugarse la vida en El Estrecho, ni necesariamente lleva
aparejada la explotación laboral, ni el sometimiento a situaciones de
cuasiesclavitud [23].
Si existe consentimiento de una persona
mayor de edad para el ejercicio de la prostitución, no parece que con ello se
lesione o ponga en peligro su libertad sexual, aun cuando sea objeto de
tráfico. La cosificación o mercantilización de la persona humana presupone el
empleo de ciertos y determinado medios que implican su colocación en una
situación de dominio, de control y sometimiento que anulan o limitan su
capacidad de libertad para decidir o autodeterminarse libremente en su vida
sexual. Y esos medios no son otros que aquellos que se caracterizan por su
naturaleza violenta o forzada, engañosa y abusiva, lo cual permite sostener la
idea de que para la configuración de la trata no es suficiente con el sólo “fin
de explotación”, sino que es necesaria la concurrencia de medios violentos,
fraudulentos o abusivos que incidan en la capacidad de voluntad del sujeto
pasivo, que son elementos inherentes y consustanciales a su concepto.
Por lo tanto, no resulta imaginable una
modalidad de “trata voluntaria de persona mayor de edad”, sino sólo aquella que
no es más que la única clase de trata que puede concebirse, cual es la trata
“involuntaria o sin el consentimiento de la víctima”. Si el sujeto pasivo,
mayor de edad, presta su consentimiento
para ser trasladado a un país extranjero, o hacia nuestro país, por terceras
personas, para ejercer la prostitución, no parece que se esté afectando o poniendo
en peligro con tal conducta su libertad sexual [24], lo cual nos permite inferir
que el consentimiento del titular del bien jurídico tiene plena eficacia
desincriminatoria.
El delito de trata de personas implica, en
su propia esencia, la instrumentalización del sujeto pasivo para el logro de
ciertas finalidades, lo cual presupone una víctima en una situación de dominio
o sumisión, que sólo es posible anulando o limitando su voluntad de decisión. Y
nada de esto se puede lograr sin el empleo de aquellos medios específicos que
poseen la potencialidad necesaria para la consecución de tales resultados, que
no son otros que los procedimientos fraudulentos, violentos o abusivos,
esenciales –como antes se dijo- al concepto de trata.
No resulta imaginable la anulación de la
voluntad de una persona “con su consentimiento”, esto es, sin la utilización de
procedimientos engañosos, violentos o abusivos que produzcan ese resultado,
situación que contradictoriamente se describe en el nuevo art. 145 bis. Con
otros términos, ¿cómo se puede lesionar o poner en peligro la libertad de una
persona que ha prestado el acuerdo o el consentimiento para la realización de
la conducta y sin que el autor haya empleado medios tendientes a degradar o
anular su voluntad?. Estos
procedimientos (coactivos o abusivos) –se tiene dicho- configuran el escenario
de sometimiento característico de la trata [25].
¿Es posible imaginar el delito de trata de
personas con el consentimiento del sujeto pasivo mayor de edad, cuando el
aspecto que singulariza esta modalidad criminal es, precisamente, la
cosificación e instrumentalización de la persona?.
Una situación de tráfico presupone ausencia
de libertad en el sujeto pasivo. No se puede hablar de trata “en libertad”. Los
medios comisivos –aun cuando no estén expresamente previstos en la ley, como en
nuestro caso el art. 145 bis- son de la esencia del concepto de trata, toda vez
que sólo con su empleo se puede llegar a generar la situación de dominio,
control y sometimiento del sujeto pasivo; dicho de otro modo, es sólo a través
del empleo de tales medios (engañosos, violentos o abusivos) que se puede
llegar a anular o limitar la voluntad (o libertad) de la persona humana [26].
La trata con consentimiento (aunque
viciado) de la víctima sólo es posible en los casos de personas menores de
edad, ya que la ley reconoce que no pueden consentir válidamente en someterse a
las finalidades de explotación perseguidas por el traficante. La
hiperprotección de la ley, al convertir la situación de trata de menores de
edad en un subtipo agravado, con la necesaria consecuencia de un fuerte
incremento penológico, se justifica no solo por el mayor contenido de injusto
que se aprecia en este tipo de situaciones sino por la preexistente situación
de vulnerabilidad en que se encuentran estos grupos de riesgo.
Sin embargo, la ley establece una misma
receta dogmática para el delito de trata de mayores como para el de menores de
edad, con la única diferencia que, para este último caso, prescribe un
tratamiento penológico más intenso. En ambos supuestos, para la ley (error que
antes ya hemos puesto de relieve), el consentimiento carece de eficacia
desincriminante.
Por último, una interpretación distinta a la
que venimos sosteniendo, podría generar una confusión de insospechables
consecuencias con el delito de inmigración ilegal previsto en el art. 116 de la
Ley 25.871, por cuanto, tanto éste como el delito de trata de personas previsto
en el art. 145 bis Cód. penal, pueden ser cometidos con el consentimiento del
sujeto pasivo (en el primero es requisito implícito esencial al tipo) y con el
propósito del autor de lograr una finalidad concreta: en el delito migratorio
un determinado beneficio, que debe ser de carácter económico[27] y en la trata
la explotación de la persona, que también
puede ser de contenido económico, por ej. si
se persigue la explotación de servicios sexuales ajenos. Repárese en el hecho
de que, para el nuevo art. 145 bis, sólo hay trata si se realiza algunas de las
conductas típicas con el propósito de la explotación de la persona (por ej. la
sexual), sin que importe si el sujeto pasivo consiente en su traslado con el
fin de dedicarse a la prostitución en el país, en donde no está regulada como
una actividad laboral lícita pero tampoco está prohibida; en estos casos, ¿se podría afirmar que
estamos ante una hipótesis de explotación de la persona, aunque no exista
peligro alguno para la libertad sexual del inmigrante irregular?.
Sobre esta cuestión –respecto de una fórmula
legal, de parecidas características, del derecho extranjero- se ha puesto de
relieve que “la trata de personas vendría a ser un supuesto especial de tráfico
ilegal de personas, en el que lo determinante no es la entrada o la residencia
ilegal, sino la forma en la que se favorece el tránsito de la persona. En la
medida en que se exige que la conducta se realice mediante violencia,
intimidación, engaño o abuso de situación de vulnerabilidad de la víctima, se
pone de manifiesto que entre la persona que favorece el tránsito y la persona
que es objeto del mismo debe darse una clara situación de desigualdad. Esta
situación es la que, en última instancia, permite ver a la persona que entra en
el país como un objeto de tráfico o de comercio, es decir, como una mera
mercancía. El propósito de explotación puede ser, ciertamente, un elemento
fundamental en este tipo de conductas, pero la principal diferencia con
respecto al tráfico ilegal de inmigrantes se encuentra en el hecho de que se
centre la atención no en el carácter ilegal de la entrada o la residencia, sino
en la forma en la que se favorecen esa entrada o esa residencia. Si se favorece
la entrada de una persona en un determinado Estado con la intención de
explotarla, pero no media violencia, intimidación, engaño o abuso de una
situación de vulnerabilidad, no habrá propiamente “trata de personas”. Es
cierto que lo normal es que se empleen esos medios para llevar a cabo la
explotación u obtener algún beneficio de carácter económico, pero la
cosificación del inmigrante, que es lo más grave de su mercantilización, viene
determinada, en todo caso, por la forma de favorecer el tránsito y no por esa
finalidad de explotación [28].
De aquí que se torna imprescindible, desde
un punto de vista sistemático, saber en qué consisten, o cuál es el alcance, de
los conceptos de violencia y explotación
empleados por el legislador en varios tipos penales incluidos en la
reforma de la ley 26.842, así como los conceptos de “género”, introducido en el
inc.11 del art.80 CP (Ley 26.791) y
“aprovechamiento” incorporado en el art. 148 bis por la Ley 26.847,
temas que vamos a desarrollar brevemente a continuación.
III.3. Género, violencia, explotación y
aprovechamiento. Posibles interpretaciones.
En el código penal se emplean los
términos “género·, “violencia”,
“explotación” y “aprovechamiento” en diversas figuras delictivas y con
distintos sentidos. Urge, por ello, desentrañar su significación y
alcance.
Por lo general, la expresión violencia se
usa como medio comisivo de un delito, en el sentido neutral y convencional del
vocablo, como por ej. la violencia en el robo, en la extorsión, en ciertos
abusos sexuales, etc., entendiéndose por tal, el despliegue de una energía
física ejercida sobre o contra la persona de la víctima . El empleo de
violencia siempre anula o restringe la voluntad de la víctima. Es la forma en
que debe entenderse el concepto de violencia en la trata de personas [29].
También encontramos un concepto de violencia
en el inc.11 del art. 80 Cód. penal, incorporado recientemente por la reforma
de la ley 26.791 de 2012, referido específicamente al delito de femicidio, cuyo
texto reprime con pena de reclusión o prisión perpetua, al que matare a una
mujer cuando el hecho sea perpetrado por un hombre y mediare violencia de
género. Esta nueva expresión “violencia de género”, introducida al digesto
punitivo no equivale, ni tiene el mismo significado, ciertamente, que la
violencia a que hemos hecho referencia más arriba. Una cosa es la violencia en
su sentido tradicional (concepto neutral del vocablo) y otra muy distinta la
violencia de género, cuyo origen es socio-cultural, con un sentido
eminentemente estructural y con un ámbito específico de aplicación. Violencia
de género, entre nosotros, es “violencia contra la mujer”, en el sentido dado
por el art.4ª de la ley 26.485 de Protección Integral para Prevenir, Sancionar
y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en los ámbitos en que Desarrollan
sus Relaciones Interpersonales [30]. La violencia de género, a diferencia de la
violencia neutral, presupone un ambiente determinado de comisión, ya que
importa un nivel de agresión que se produce en un contexto de sometimiento y
subordinación de la víctima, que en todos los casos debe ser una mujer.
A su turno, el término explotación aparece
en los artículos 127 (rufianería) y 145 bis (trata de personas), mientras que
el concepto de aprovechamiento se ubica como elemento típico del delito de
explotación del trabajo infantil, previsto en el nuevo art. 148 bis del Cód.
penal incorporado por la Ley 26.847 de 2013 [31].
En los casos previstos por los arts.127 y
148 bis del Cód. penal, entendemos que la interpretación debe ser la misma. La
explotación (sexual, laboral, etc.) a que aluden estos artículos no puede ser
otra que una forma de “explotación consentida lucrativa”, esto es, llevada a
cabo con la finalidad de obtener un lucro o una ventaja de contenido económico
o patrimonial.
En la hipótesis regulada por el art. 127,
evidentemente, no se trata de una modalidad coactiva de explotación de la
persona que ejerce la prostitución, situación que se puede lograr a través del
empleo de medios violentos, intimidatorios, coercitivos o fraudulentos, por
cuanto –en tal caso- estaríamos en presencia de un atentado contra la libertad
sexual del sujeto pasivo, circunstancias expresamente previstas entre las
formas agravadas del segundo párrafo, numeral 1º, del mismo art. 127.
Resulta un contrasentido imaginar una
explotación bajo la modalidad abusiva, violenta o engañosa, “con el
consentimiento” de la persona (mayor de edad) que ha decidido, libre y
voluntariamente, ejercer la prostitución. Todo lo cual permite concluir que, si
el sujeto activo hubiere empleado un medio coactivo o abusivo (por ej. imponer
coercitivamente el ejercicio de la prostitución) con la finalidad de obtener un
lucro, el hecho se desplazaría a la modalidad agravada del segundo párrafo del
art. 127.
Por lo
tanto, interpretamos que la situación que regula el primer párrafo del artículo
127, consiste en una actividad sexual retribuida realizada por una persona
mayor de edad, situación que –desde nuestro punto de vista-debe quedar
marginada del derecho penal [32].
De otro modo, no se explica porque el
legislador, en este supuesto, ha limitado –a nuestro ver, arbitrariamente-, el
derecho de la persona prostituida a tomar una decisión sobre las ganancias
obtenidas del ejercicio libre y voluntario de la prostitución, mientras que en
otra interpretación, por otro lado ha establecido la edad mínima para la
iniciación sexual de las personas a partir de los 13 años de edad, como surge
del texto del art. 119 del Cód. penal. Por un lado, autoriza una relación sexual,
pero por otro lado prohíbe qué hacer con ella. Otro ejemplo puede aclarar aún
más lo que pretendemos explicar: ¿qué razones podrían justificar que, por una
parte, se autorice a un menor de 16 años a modificar su sexo (convertirse en
hombre o en mujer), cuando así lo desee, según las previsiones de la Ley Nº
26.742 de Identidad de Género [33], mientras que, de otra parte, prohíbe a una persona
mayor de edad a disponer como mejor le plazca de su libertad sexual, castigando
su propia explotación sexual en el art. 127?.
Si entendiéramos el concepto de explotación
(como lo hace alguna doctrina) [34], en el sentido que nos propone el
Diccionario de la Lengua, esto es, “Utilizar en provecho propio,
por lo general de un modo abusivo, las cualidades o sentimientos de una
persona, de un suceso o de una circunstancia cualquiera”, entonces quedaría
vacío de contenido el art.127, por cuanto los comportamientos coactivos o
abusivos (contra mayores o menores) configuras formas agravadas del delito, no
elementos constitutivos de la figura básica.
Lo que debería castigarse es la explotación
lucrativa de la prostitución, impuesta coactiva o fraudulentamente a personas
mayores de edad, y abusivamente, por explotación de una especial necesidad
preexistente o una situación de vulnerabilidad, a personas menores de edad.
Una idea similar se puede sostener respecto
del término “aprovechamiento” que se enuncia en el art. 148 bis del Cód. penal,
incorporado por la ley 26.847. Aquí, si bien el legislador no empleó el término
“explotación” en el literal de la norma,
hay que formular al respecto dos consideraciones: una, que el tipo penal no
prevé agravantes, como en los casos de los delitos relacionados con la
prostitución, de manera que, por tal motivo, se deba entender que se trata de
una situación “voluntaria” de explotación y la otra, que el sujeto pasivo del
delito debe ser siempre un menor de cierta edad (menor de 16 años), razón por
la cual el consentimiento que pudiere prestar el menor carece de toda validez,
razones que conducen a pensar que, mientras por una parte la voz
“aprovechamiento” debe entenderse como “finalidad lucrativa o económica”, por
otro lado, la mera acción de aprovecharse ya implica una forma de abuso o
explotación en sí misma, teniendo en cuenta que la víctima es una persona menor
de edad que requiere una protección adicional de la ley, por integrar un grupo
humano de alto riesgo, por cuanto comportamientos de esta clase ponen en grave
peligro no sólo la vida o la salud del menor, así como también otros intereses
igualmente relevantes que merecen ser protegidos, como por ej. la educación,
sino que significan un grave atentado a su dignidad personal [35].
Por lo tanto, se puede concluir en que el
art. 148 bis describe una situación de “aprovechamiento económico abusivo de un
menor de edad”, conducta que, si bien no requiere para su consumación de la
concurrencia de medio comisivo alguno con potencialidad para doblegar la
voluntad de la víctima, se muestra como una acción abusiva por la sola
condición de minoridad del sujeto pasivo, modalidad delictiva que justifica,
por esa sola razón, la intervención punitiva del Estado.
III.
La explotación de la prostitución ajena.
Proxenetismo. Rufianismo
En forma paralela a las modificaciones
introducidas al delito de trata de personas, el legislador intervino también en
ciertas figuras que tienen relación con el fenómeno de la prostitución,
imponiendo reformas de gran calado a los delitos de proxenetismo y rufianismo,
previstos en los nuevos artículos 125 bis y 127 del Cód. penal, con sus
respectiva agravantes.
4.1. Proxenetismo. El art. 125 bis establece
una pena de cuatro (4) a seis (6) años de prisión para quien promoviere o
facilitare la prostitución de una persona, aunque mediare el consentimiento de
la víctima. A su turno, en el art. 126 se regulan las circunstancias
agravantes, estableciéndose la pena de cinco (5) a diez (10) años de prisión,
si concurriere alguna de las siguientes circunstancias:
1. Engaño, fraude,
violencia, amenaza o cualquier otro medio de intimidación o coerción, abuso de
autoridad o de una situación de vulnerabilidad, o concesión o recepción de
pagos o beneficios para obtener el consentimiento de una persona que tenga autoridad
sobre la víctima.
2. El autor fuere
ascendiente, descendiente, cónyuge, afín en línea recta, colateral o
conviviente, tutor, curador, autoridad o ministro de cualquier culto reconocido
o no, o encargado de la educación o de la guarda de la víctima.
3. El autor fuere
funcionario público o miembro de una fuerza de seguridad, policial o
penitenciaria.
Cuando la víctima fuere
menor de dieciocho (18) años la pena será de diez (10) a quince (15) años de
prisión.
Una novedosa forma de proxenetismo se incorpora
a nuestro código penal entre el elenco de figuras ligadas a la prostitución,
que se distancia, ciertamente, del esquema que había sido introducido por la
Ley 25.087 de 1999 –que queda derogado-, por el que se hacía una distinción
entre menores y mayores de 18 años, aumentándose la pena para los casos en que
el autor empleare medios fraudulentos, violentos o abusivos.
Sin perjuicio de la pésima redacción del
nuevo art. 125 bis, sobre cuya literalidad el legislador insistió en mantener
la utilización de términos tan vagos y ambiguos como “promover” y
“facilitar”[36], el precepto merece la
más encendida crítica por cuanto, al tiempo de impedir toda relevancia al
consentimiento del titular del bien jurídico tutelado, sin distinguir entre
mayores y menores de edad, importa –en los hechos- el castigo del ejercicio de
la prostitución de mayores de edad.
La aplicación de una pena a la promoción o al favorecimiento del ejercicio
“voluntario” de la prostitución de una persona mayor de 18 años de edad, sea
por ofrecimiento de un tercero (proporcionar el lugar: tercería locativa) o por
pedido del propio sujeto prostituido, sin que en la realización de las
conductas típicas el autor haya empleado algún medio que anule o limite la
voluntad o libertad del sujeto pasivo en el proceso de toma de decisión,
vulnera el principio de reserva o de autonomía personal establecido como
principio cardinal del Estado de Derecho en el art. 19 de la Const. Nacional.
El bien jurídico protegido en el delito de
proxenetismo previsto en el art. 125 bis, es la libertad de autodeterminación
sexual de la persona titular de ese tal bien jurídico, de manera que la
intervención penal estará vedada cuando la conducta de promover o facilitar el
ejercicio de la prostitución ajena no lesione o ponga en peligro la libertad
sexual de la persona interesada, lo cual sucede cuando la prostitución es
ejercida por una persona mayor de edad, que ha decidido dedicarse a dicha
actividad en forma libre y voluntaria. ¿Qué interés jurídico se puede lesionar
o poner en peligro en aquellos casos en los que un tercero facilita –presta un
local o un departamento- a otro para que ejerza allí la prostitución, más aun
cuando la cesión del inmueble haya sido la respuesta a un propio pedido del
interesado?.
Ciertamente que el art. 125 bis del Cód.
penal, en su actual redacción, no comprende un supuesto de explotación sexual
coactiva o abusiva de la prostitución ajena, particularmente por dos razones:
una, porque bien puede suceder que el autor no persiga ninguna ventaja o
interés (ni lucrativo ni de otra naturaleza) al facilitar el ejercicio de la
prostitución del tercero; otra razón reside en que el tipo penal no exige la
concurrencia de ningún medio que implique la anulación o restricción de la
voluntad de la persona prostituida, de manera que pudiera justificarse, por tal
motivo, la intervención penal.
Desde nuestro punto de vista, la
intervención –lucrativa o no- en el ejercicio de la prostitución adulta
consentida, que por definición excluye la concurrencia de medios engañosos,
violentos o abusivos (caso previsto por el art.125 bis), debe quedar al margen
de la intervención del derecho penal.
4.2. Rufianismo. Una conclusión similar se
puede extraer del análisis del art. 127 (rufianería) introducido por la reforma
de la ley 26.842, cuyo texto castiga con prisión de cuatro (4) a seis (6) años,
el que explotare económicamente el ejercicio de la prostitución de una persona,
aunque mediare el consentimiento de la víctima. Con sus agravantes (pena de cinco
(5) a diez (10) años de prisión), cuando:
1. Mediare engaño,
fraude, violencia, amenaza o cualquier otro medio de intimidación o coerción,
abuso de autoridad o de una situación de vulnerabilidad, o concesión o
recepción de pagos o beneficios para obtener el consentimiento de una persona
que tenga autoridad sobre la víctima.
2. El autor fuere
ascendiente, descendiente, cónyuge, afín en línea recta, colateral o
conviviente, tutor, curador, autoridad o ministro de cualquier culto reconocido
o no, o encargado de la educación o de la guarda de la víctima.
3. El autor fuere
funcionario público o miembro de una fuerza de seguridad, policial o
penitenciaria.
Cuando la víctima fuere
menor de dieciocho (18) años la pena será de diez (10) a quince (15) años de prisión.
En nuestros precedentes, la explotación de
la prostitución ajena estuvo tipificada en la Ley 17.567/68 como un castigo a
una forma parasitaria de vivir del ejercicio de la prostitución de otra
persona, explotando sus ganancias. Pero, a diferencia del texto que rigió
durante la vigencia de la ley 25.087/99 –derogada por la actual reforma de la
ley 26.842-, aquel tipo penal preveía una modalidad de delito en cuya comisión
no importaba el consentimiento de la persona prostituida, con lo cual se teñía
de inconstitucionalidad la figura.
En el texto en vigencia se pune, al igual
que en aquella reforma de 1968 pero con diferente redacción, una modalidad de
rufianismo “voluntario de mayor de edad” ya que, mientras por un lado el tipo
no exige la concurrencia de ningún medio comisivo que anule o vicie el
consentimiento del sujeto pasivo (elementos que han sido desplazados al
siguiente artículo como subtipos agravados), por otro lado la explotación
económica de la prostitución de “menores de 18 años” está prevista también como
un subtipo agravado en el último párrafo del art. 127 ter, que contempla una
escala penal que va desde los diez (10) hasta los quince (15) años de prisión.
En este supuesto, al igual que en el que
analizamos anteriormente, el bien jurídico tutelado es la libertad sexual de la
persona que ejerce la prostitución, interés que sólo puede ser disponible por
su titular, y como el tipo regula un caso de “ejercicio libre de dicha
actividad”, pues no requiere el empleo de algún medio idóneo que vicie el
consentimiento libre del sujeto pasivo –pues, de concurrir alguno de estos
medios, el hecho se desplazaría hacia el subtipo agravado del segundo párrafo,
numeral 1º, del artículo 127- la conducta será atípica cuando sea realizada con
el consentimiento de la persona titular del bien jurídico protegido, que es la
persona prostituida.
Sobre esta problemática se ha dicho que, si
el concepto de “explotación” (sexual) implica una forma de aprovechamiento,
dominación, coerción, manipulación, y en algunos casos sometimiento a
servidumbre, a partir de la situación de indefensión, inmadurez o debilidad del
menor con relación a su explotador, entonces deben quedar excluidos del ámbito
de la explotación los actos sexuales en los que el sujeto pasivo que consiente,
ostenta un poder y status similar al del sujeto activo, por ej, el caso del
menor con edad para consentir sexualmente que mantiene, libremente, relaciones
sexuales con un adulto de edad y status similar. La ausencia de abuso impide
que este supuesto pueda calificarse como una forma de explotación [37].
El tipo básico que estamos analizando no
prevé –pese a usar el sustantivo abstracto “explotación” en el marco de la
frase “explotación económica”-, el uso abusivo, fraudulento o forzado de la
prostitución ajena, sino que, por el contrario, la conducta de “explotar”
implica, simplemente, el aprovechamiento (sacar ventaja o utilidad en propio
provecho), no de una situación de necesidad o vulnerabilidad en que podría
encontrarse la persona prostituida (porque puede suceder que esto no ocurra),
sino de las ganancias o ventajas económicas que surge del ejercicio de dicha
actividad, que son conocidas y consentidas por aquella. Por lo tanto, el tipo
penal no contiene (o exige) un plus adicional de lesividad mayor que el que
deriva del mero lucro o ventaja económica que se obtiene de la prostitución
ajena [38], todo lo cual conduciría a la atipicidad de la conducta por
inexistencia de ofensa al bien jurídico protegido.
Es verdad que se puede argumentar que en
estos supuestos de explotación económica de la prostitución ajena se vulneran
varios bienes jurídicos –además de la libertad sexual-, entre los que se
ubicaría en un lugar preponderante la dignidad personal, que obstaría a la
validez del consentimiento de la persona prostituida (o que ha decidido
ejercerla) por estar su decisión condicionada a factores externos de empuje o
de llamada –como son, ciertamente, la economía del país, la inestabilidad
política, los conflictos armados, la pobreza, la marginación, la demanda
laboral, etc. [39]- que limitan o determinan su elección, pero no lo es menos
que se trata del mismo argumento artificioso –que anteriormente hemos
criticado- utilizado para justificar la penalización de la “trata voluntaria de
mayores de edad” y todas aquellas otras situaciones en que la persona
prostituida decide por sí misma, no solamente desplazarse de un sitio a otro,
con la ayuda de un tercero, para trabajar en la industria del sexo, sino también
cuando decide voluntariamente ejercer la prostitución y entregar sus ganancias
a otra persona. Poner todos los huevos en una misma canasta dificulta el
análisis y se presta a confusiones muchas veces insalvables, ya que, presuponer
que todo desplazamiento de una persona de un lugar a otro para ejercer la
prostitución implica una hipótesis de trata o de explotación económica forzada
de la prostitución ajena, porque se presume que la voluntad ha estado
condicionada por factores de distinto signo que anulan o limitan la libertad de
decisión y elección, implica, además de una notoria confusión entre
prostitución y trata, una presunción contra reo y, lisa y llanamente, una
inadmisible regresión a un paternalismo inaceptable en un Estado (pluralista)
Constitucional de Derecho.
En lo que respecta al rufianismo y al
proxenetismo –y, en general, a los delitos relacionados con la prostitución-,
se tiene dicho que “estas conductas no implican, aunque puedan concurrir, las
de forzamiento, tráfico, tercería coactiva, en la prostitución; si así
sucediera, bastaría con castigarlas de ese modo. Pero si se trata de conductas
desligadas de la decisión de prostituirse resulta obligado revisar el
fundamento de su punición, prescindiendo del juicio moral que pueda merecer quien
se dedica a ser rufián o proxeneta: la fuerza expansiva del respeto a la libre
decisión de la persona que se prostituye –libertad que no se puede cuestionar
en nombre de tragedias personales o familiares que eventualmente hayan
determinado esa decisión, pues eso obligaría al Derecho penal a remontarse al
campo de las libertades abstractas y absolutas- ha de acarrear la inhibición
del Derecho penal en relación con las personas que, por libre decisión de
aquella, se vinculan a la práctica de la prostitución, sea como
“protector-amante-mantenido” (rufián), sea como “comerciante del escenario”
(proxeneta). No hacerlo, en el fondo, supone negar validez a la decisión
tomada, que es una manifestación de disposición del propio cuerpo, al margen de
lo reprobable que pueda ser, cosa que no atañe a un derecho de mínimos como es
el punitivo” [40].
En el derecho español, la reforma de 2003,
introdujo una figura semejante a nuestro art.127, que se mantuvo con la
reciente reforma del código penal por la LO 5/2010, penándose “al que lucre
explotando la prostitución de otra persona, aun con el consentimiento de la
misma”, lo que hizo decir a la doctrina de ese país que el delito no sólo
plantea problemas de compatibilidad con el derecho penal de acto, pues pareciera
que se pretende penalizar más una forma de vida o un tipo de autor (el “chulo”
o “proxeneta”) que hecho concretos, sino que la irrelevancia del consentimiento
de la persona prostituida hace aún más
recusable el precepto pues, en un afán desmedido de paternalismo jurídico,
sitúa a ésta en unos niveles próximos a la inimputabilidad o a la incapacidad
de obrar, lo que ciertamente puede darse en algún caso, pero no en la mayoría
de ellos [41]
Si de algo estamos seguros es que la persona
que ejerce la prostitución no sólo es persona, sino que también tiene derechos,
como cualquier otra, por más reprochable que sea su actividad desde el sensible
y difuso prismático de la moralidad. No sería lógico hablar de explotación
sexual cuando la finalidad del sujeto activo es lucrarse con el libre ejercicio
de la prostitución entre adultos.
No se debe perder de vista que la fórmula
legal en análisis, por su particular estructura, podría comprometer seriamente
el principio constitucional de igualdad, por cuanto –como habremos de convenir-
todas las personas -ciertamente también las que ejercen la prostitución sin
factores violentos o engañosos que la condicionen o determinen-, tienen el
derecho de disponer de su patrimonio (y de su cuerpo) como mejor les plazca, sin
ninguna intervención del Estado [42]. Tal vez se podría discutir la
justificación de la intervención penal en estos casos si enfocamos el problema
desde una perspectiva de género, pero claro, depende del espejo en que se mire,
será otro tema para otra discusión.
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[1]Profesor de derecho
penal en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad
Nacional del Nordeste, Argentina.
[2]BO: Nº 32.550,
27/12/2012.
[3]Promulgada el
29/04/2008.
[4]María de los Ángeles
Verón, “Marita”, fue secuestrada el 3 de abril de 2002, en la ciudad de San
Miguel de Tucumán, dando lugar a uno de los procesos judiciales con mayor
repercusión social en los últimos años en Argentina.
[5]Conocida como
“Protocolo de Palermo”, la Convención fue firmada el 12/12/2000 y aprobada
mediante la Ley Nº 25.632 de 29/08/2002.
[6]Para mayores
antecedentes sobre la historia de la prostitución en Argentina y de las
organizaciones criminales dedicadas a la trata de blancas, véase Schnabel Raúl
A., Historia de la trata de personas en Argentina como persistencia de la
esclavitud, disponible en Intenet www.mseg.gba.gob.ar; también, Albert Londres,
El camino de Buenos Aires-la trata de blancas, Libros del Zorzal, Bs. As.,
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de Eros-La trata de blancas en el Atlántico sur, Argentina, Brasil y Uruguay
(1880-1932), Taurus Editorial, Bs. As.,
2006.
[7]Conf. Baucells Lladós Joan, El tráfico ilegal de
personas para su explotación sexual, en Inmigración y sistema penal pág. 175,
Tirant Monografías, N° 434, Valencia, 2006.
También, Pérez Alonso Esteban, Tráfico de personas e inmigración
clandestina (Un estudio sociológico, internacional y jurídico-penal), págs. 99
y sig., Tirant Monografías, N° 529, Valenca, 2008. Véase, también, un resumen
de la evolución de la denominación ·”trata de blancas” en Fierro Guillermo
Julio, Ley penal y derecho internacional, vol.2, pags. 10 y sig., Editorial
Astrea.
[8]BO: 11/01/1937
[9]Hablamos de “interesado”
o “titular del bien jurídico protegido”, por cuanto nos parece una
contradicción insalvable hacer referencia a una “víctima que presta su acuerdo”
para una determinada conducta o relación.
[10]Conf. Maqueda Abreu
María Luisa, Hacia una nueva interpretación de los delitos relacionados con la explotación
sexual, diario La Ley, año XXVII, N° 6430, 27/2/06, disponible en
diariolaley.laley.es.fama.us.es
[11]Conf. Maqueda Abreu
María Luisa, Hacia una nueva interpretación de los delitos relacionados con la
explotación sexual, diario La Ley, año XXVII, N° 6430, 27/2/06, disponible en
diariolaley.laley.es.fama.us.es
[12]En igual sentido,
Pérez Alonso Esteban, Tráfico de personas e inmigración clandestina, pags.326 y
sig., Edición Tirant lo Blanch Monografías, Nº 529, Valencia, 2007.
[13]Conf. Buompadre
Jorge Eduardo, Tratado de derecho penal, parte especial, T.1, Editorial Astrea,
pag. 369, 2009. Véase, en la doctrina española, Maqueda Abreu María Luisa, El
tráfico sexual de personas, pag. 41, Tirant lo Blanch, Colección Los Delitos,
Nº 36, Valencia, 2001, quien sostiene la tesis de la libertad sexual como bien
jurídico protegido en el delito de trata de personas con fines de explotación
sexual.
[14]Confr. Díez
Ripollés José Luis, El objeto de protección del nuevo Derecho penal sexual, en
Delitos contra la libertad sexual, Estudios de Derecho Judicial, Nº 21, pag.
219, Consejo General del Poder Judicial, Madrid, 1999, trabajo en el que afirma que “La libertad
sexual se configura como una concreción de la libertad personal, autonomizada a
partir de la variable atinente a la esfera social en la que se desenvuelve, la
propia de los comportamientos sexuales. Ello coincide con otros objetos de
protección de nuestro código, como la libertad ambulatoria o la libertad de
conciencia, que también se sustraen al régimen general de protección de la
libertad personal a través de los delitos de coacciones y amenazas”.
[15]Conf. De León
Villalba F.J., Tráfico de personas e inmigración ilegal, cit, por Guardiola
Lago María Jesús, en El tráfico de personas en el derecho penal español, pág.
142, Thomson Aranzadi, Navarra, 2007.
[16]Confr. Alonso Álamo
Mercedes, ¿Protección penal de la dignidad?. A propósito de los delitos
relativos a la prostitución a la trata de personas para la explotación sexual,
Revista penal, pag. 12, Nº 19, 2007, disponible en Interne en
www.uhs.es/revistapenal. Con respeto a esta autora, hay que aclarar que en el
citado trabajo destaca la crisis del modelo liberalizador de considerar a la
libertad sexual el bien jurídico prevalente en estos delitos, inclinándose por
la dignidad personal como el bien jurídico en los delitos de trata de personas
con fines de explotación sexual y en los delitos relacionados con la
prostitución.
[17]Conf. Maqueda Abreu
María Luisa, Hacia una nueva interpretación de los delitos relacionados con la
explotación sexual, diario La Ley, año XXVII, N° 6430, 27/2/06, disponible en
diariolaley.laley.es.fama.us.es
[18]Confr., en este
sentido, Baucells Llados Joan, op.cit., pag. 187.
[19]Se cita en doctrina
una sentencia del Tribunal Supremo español, en el que afirma que “siendo
mayores de edad quienes a la prostitución se dedican, y haciéndolo libremente,
es decir, sin ser coaccionados ni
engañados y sin que se hubiera abusado de una situación de necesidad o superioridad,
la conducta de los imputados resulta impune. Ya no es delito el mero hecho de
cooperar o proteger la prostitución de una o varias personas mayores de 18
años, incluso aunque exista aprovechamiento económico. Ahora se exige, cuando
de mayores de edad se trata, que exista algunos de los referidos cuatro vicios
del consentimiento: coacción, engaño, abuso de superioridad p abuso de
situación de necesidad”, citada por Guadiola Lago María Jesús, El tráfico de
personas en el Derecho Penal español, pag. 169, nota 737, Thomson Aranzadi, Navarra,
2007..
[20]Conf. Pérez Cepeda
Ana Isabel, Las normas penales españolas: cuestiones generales, en Trata de
personas y explotación sexual (Mercedes García Arán, Coord.) pag. 181, Editorial Comares, Granada, 2006.
Aclaramos que la autora comenta la regulación española, que prevé el “fin de
explotación sexual” como una modalidad agravada del anterior art. 138 bis,
introducido por la LO 11/2003. En la actualidad, la finalidad de explotación
sexual integra el tipo básico de trata de personas, en el nuevo art. 177 bis,
incorporado por la LO 5/2010.
[21]Conf. Muñoz Sánchez
Juan, Los delitos contra la integridad moral, págs. 22 y sig., Tirant lo
Blanch, Colección Los Delitos, Nº 20, Valencia, 1999.
[22]Conf. Gracia Martín
Luis, citado por Alonso Álamo Mercedes, en ¿Protección penal de la dignidad?. A propósito
de los delitos relativos a la prostitución a la trata de personas para la explotación sexual, Revista penal,
pag. 4, Nº 19, 2007, disponible en Internet en www.uhs.es/revistapenal. Y, en
sentido semejante, señala Diez Ripollés que el concepto de dignidad personal es
“poco adecuado para caracterizar un bien jurídico”, en El objeto de protección del nuevo derecho
penal sexual, en Delitos contra la libertad sexual, pag. 242, Estudios de Derecho
Judicial, Nº 21, Consejo General del Poder Judicial, Madrid, 1999.
[23]Conf. Martínez
Escamilla Margarita, La inmigración como delito. Un análisis político-criminal,
dogmático y constitucional del tipo básico del art. 318 bis CP, págs. 60 y sig., Atelier Libros Jurídicos,
Barcelona, 2007.
[24]En este sentido,
Pérez Cepeda Ana Isabel, Las normas españolas, cuestiones generales, en Trata de personas y
explotación sexual (Coord. Mercedes García Arán), pág. 181, Editorial Comares,
Granada, 2006. Con respecto a esta opinión, hay que aclarar que la autora
entiende que, en estos casos en que concurre el consentimiento del inmigrante y
no concurre ningún medio que limite su libre autodeterminación, falta el mayor
contenido o lesividad del injusto para el bien jurídico, es decir, el peligro
concreto para la libertad sexual que expresa el elemento esencial del tipo
agravado: explotación sexual, por lo que debería aplicarse el tipo básico.
[25]Conf. Pomares
Cintas Esther, El delito de trata de seres humanos con finalidad de explotación
laboral, RECPC 13-15-2011, disponible en Internet www.criminet.ugr.es. Esta
autora cita el art.2.4 Directiva 2011 y art. 4 b) Convenio del Consejo de
Europa para la lucha contra el tráfico de seres humanos, de 16-5-2005, que señalan que el consentimiento de la
víctima de la trata ante una explotación, prevista (posible) o consumada, no
será válido cuando se utilicen procedimientos que anulan o doblegan su
voluntad. Por tanto, no hay delito de trata si hay consentimiento válido de la
persona (mayor de edad) que es captada, trasladada o acogida.
[26]Esto es algo aceptado en la doctrina,
conf. García Arán Mercedes, Trata de
personas y explotación sexual, pag. 233, Editorial Comares, Granada, 2006
[27]Confr. Buompadre
Jorge Eduardo, Trata de personas, migración ilegal y derecho penal, pag. 115,
Editorial Alveroni, Córdoba, 2009. Entiende el concepto de “explotación sexual”
como toda actividad dirigida a la obtención de beneficios económicos, García
Arán Mercedes, Trata de personas … cit. pag. 231.
[28]Conf. Cancio Meliá
Manuel y Maraver Gómez Mario, El derecho penal español ante la inmigración: un
estudio político-criminal, disponible en Intenet en www.saber.ula.ve.
[29]Conf. Buompadre
Jorge Eduardo, Trata de personas, migración ilegal y derecho penal, cit., pag. 73: “La
violencia es violencia física, que puede recaer sobre el cuerpo de la propia
víctima o estar dirigida directamente a ella; pero, también es violencia
física, la que se despliega sobre cosas o personas que se oponen a la acción
del sujeto, por ej. cuando se hace recaer sobre un tercero para que la victima
preste su consentimiento”. En igual sentido, Creus Carlos y Buompadre Jorge E.,
Derecho penal, parte especial, t.I, pags. 189 y sig., Editorial Astrea, Buenos
Aires, 2007.
30]Para mayores
detalles sobre esta cuestión, véase Buompadre Jorge Eduardo, Violencia de
género, femicidio y derecho penal. Los nuevos delitos de género, pags. 20 y
sig., Editorial Alveroni, Córdoba, 2013.
[31]Ley Nª 26.847, art.
148 bis: “será reprimido con prisión de 1 (uno) a (cuatro) años el que
aprovechare económicamente el trabajo de un niño o niña en violación de las
normas nacionales que prohíben el trabajo infantil, siempre que el hecho no
importare un delito más grave. quedan exceptuadas las tareas que tuvieren fines
pedagógicos o de capacitación exclusivamente. no será punible el padre, madre,
tutor o guardador del niño o niña que incurriere en la conducta descripta”.
[32]En relación con una
figura similar en el código penal español, art. 188 CP, cuyo texto -reubicado
por la LO 5/2010 de 22 de junio-, establece que será castigado con la pena de 2
a 4 años de prisión y multa de 12 a 24 meses, “al que se lucre explotando la
prostitución de otra persona, aun con el consentimiento de la misma”, la
doctrina ha dicho respecto de la reforma que el legislador ha entendido que el
dinero de la prostitución es un dinero sucio, contaminado, y por ello ha
procedido a sancionar a quien acceda al mismo. Se trata –se ha dicho- de una
chapuza legislativa” (conf. Gómez Tomillo Manuel, Derecho penal sexual y reforma
legal. Análisis desde una perspectiva político criminal, en RECPC 07-04 (2005),
disponible en criminet.ugr.es).
[33]Sobre esta
cuestión, véase Buompadre Jorge Eduardo, Violencia de género, femicidio y
derecho penal, cit., pags. 42 y sig. y 60 y sig.
[34]Confr. En este
sentido, Rodríguez Mesa María José, El código penal y la explotación sexual
infantil, Estudios Penales y Criminológicos, vol. XXXIII-2012.
[35]Conf. Buompadre
Jorge Eduardo, Violencia de género,
femicidio y derecho penal, cit., pag. 116
[36]Véase la crítica de
De Luca Javier A. y López Casariego Julio respecto del delito de corrupción de
menores (art. 125 CP), en el que se utilizan los mismos verbos “promover” y
“facilitar”, Delitos contra la integridad sexual, 147 y sig., Hammurabi, Buenos
Aires, 2009. En un mismo sentido, Miró Linares Fernando, Política comunitaria
de inmigración y política criminal en España, ¿Protección o exclusión penal del
inmigrante?, RECPC 10-05-2008, disponible en Internet en www.criminet.es.
[37]Conf. Rodríguez
Mesa María José, El código penal y la explotación sexual infantil, Estudios
Penales y Criminológicos, Vol. XXXII-2012. Véase en un mismo sentido, Gómez
Tomillo Manuel, Derecho penal sexual y reforma legal. Análisis desde una
perspectiva político criminal, en RECPC 07-04 (2005), disponible en criminet.ugr.es);
Maqueda Abreu María Luisa, Hacia una nueva interpretación de los delitos
relacionados con la explotación sexual, diario La Ley, año XXVII, N° 6430,
27/2/06, disponible en diariolaley.laley.es.fama.us.es
[38]Conf.en un mismo
sentido, Rodríguez Alberto Daunis, Sobre la urgente necesidad de una tipificación autónoma
e independiente de la trata de personas, InDret, Revista para el Análisis del
Derecho, Nº 1-2010, disponible en Internet www.indret.com; Gómez Tomillo
Manuel, Derecho penal sexual y reforma legal. Análisis desde una perspectiva
político criminal, en RECPC 07-04 (2005), disponible en criminet.ugr.es);
Maqueda Abreu María Luisa, Hacia una nueva interpretación de los delitos
relacionados con la explotación sexual, diario La Ley, año XXVII, N° 6430,
27/2/06, disponible en diariolaley.laley.es.fama.us.es
[39]Véase una detallada explicación de estos
factores, en Giménez- Salinas Framis Andrea, Susaj Gentiana y Espada Laura
Requena, La dimensión laboral de la trata de personas en España, RECPC
11-04-2009, disponible en Internet en www.criminet.es.
[40]Conf. Quintero
Olivares Gonzalo, con la colaboración de Morales Prats Fermín y Prats Camut Miguel, Curso de
derecho penal, parte general, pags. 450
y sig., Cedes Editorial, Barcelona, 1997.
[41]Conf. Muñoz Conde
Francisco, Derecho penal, parte especial, 18ª edición, págs. 261 y sig., Tirant
lo Blanch Libros, Valencia, 2010.
[42] En igual sentido,
Gómez Tomillo Manuel, Derecho penal sexual y reforma legal. Análisis desde una
perspectiva político criminal, en RECPC 07-04 (2005), disponible en
criminet.ugr.es; Gimbernat Ordeig Enrique, Prólogo a la Décima Edición del
Código penal, Tecnos, Madrid, 2004 quien, en el comentario al art. 188 introducido
por la LO 11/2003 (que castiga a quien se lucre de la prostitución ajena
practicada libremente entre personas adultas), dice lo siguiente: “La
prostitución, como tal, no constituye delito alguno en el Código penal, que
sólo castiga a los terceros que cooperan con aquella cuando es ejercida por
menores de edad o incapaces, o por mayores de edad sometidos a violencia,
intimidación o engaño…como la mayoría de las personas que ejercen ese oficio
son mujeres, este retroceso a la legislación anterior a 1995 sólo puede
entenderse como una plasmación de la idea de que la prostitución es una
actividad degradante que convierte a la mujer en un mero objeto para la
satisfacción sexual de los hombres, y que, por consiguiente, hay que castigar
penalmente a quien coopera con ella. Pero frente a esta idea hay que decir que
uno de los principios básicos del Derecho penal democrático es que, en el
ámbito de la sexualidad, la intervención punitiva sólo está justificada cuando
se trata de acciones cometidas contra menores (que no pueden manifestar un
consentimiento válido) o cuando, si se trata de un mayor de edad, no actúa
espontáneamente porque aquél se ha prestado bajo coacción, que el Estado no es
quién para tutelar a una persona adulta que, libremente, puede hacer con su
cuerpo lo que le venga en gana –también, y por supuesto, convertirse en una
mujer-objeto que se dedica a la prostitución-, y disponer de sus ganancias
también como le plazca, y que es una perversión del Derecho penal pretender
imponer principios morales –sean de la religión católica o de la ideología
feminista- no compartidos por esa persona adulta y responsable, criminalizando
a su entorno: la forma de vida que han decidido llevar libremente un hombre y
una mujer mayores de edad debe ser respetada por todos, también por los nuevos
gestores de la moral colectiva. Por ello, esta ampliación de los delitos
relativos a la prostitución debe ser derogada”